lunes, 17 de noviembre de 2014

SPOILER Mírame, el juego de Marina

Buenos días mis protegidas, 

Una nueva semana comienza y yo os dejo con un trocito de Mírame, el juego de Marina. ¿Aún no la tenéis? Si con el trocito que os doy, los tres primeros capítulos y el booktrailer  no soy capaz de convenceros para que la compréis... Os enlazo a la maravillosa reseña que me hicieron Maca y Yas del blog Bookceando entre letras.

Ahora sí, os dejo con el spoiler:

«[…] Bajamos del barco y nos adentramos por uno de los caminos indicados para turistas. No podemos salir de sus límites, está todo protegido y me alegro de que sea así. Sería una pena que edificaran aquí. Rodeamos la isla admirando el paisaje lleno de dunas y vegetación.
—Espera —dice al cabo de diez minutos de caminata—. No quiero que te quemes. —Sonríe y me enseña un bote de protección solar que ha sacado de la mochila.
Abre el bote y echa un poco de crema en sus dedos. Se acerca a mí, seductor y comienza a untarme las mejillas y la nariz con ella. Continúa por mis brazos, se agacha y me pone también por las piernas. Siento cómo me masajea con sus grandes manos y las imagino tocándome por otras partes de mi cuerpo. Abro los ojos de repente porque creo que he emitido un gemido. Paul me observa divertido. Menea la cabeza y seguimos con nuestro camino.
De pronto, siento la necesidad de agarrarme de la mano a Paul. Me gusta su compañía. Me va explicando cosas técnicas del surf para que vaya entendiendo lo que va a hacer en el agua. Aprovecho un momento que se cambia la tabla de brazo para acercarme y agarrar su mano libre. Él me mira de reojo sorprendido pero enseguida sonríe y entrelaza sus dedos con los míos.
Al cabo de casi una hora de camino y, al subir una pendiente, nos encontramos con el volcán de la isla. La Caldera se alza majestuosa ante nosotros. A las faldas de esta, hay varios chicos preparados con sus tablas de surf para meterse en el agua. Paul me aprieta la mano entusiasmado, se ha levantado bastante viento y, al parecer, va a ser una buena tarde de olas. Llegamos hasta la orilla y mi acompañante saca de la mochila una toalla para ponerla en el suelo, a continuación, se desviste y se coloca un traje de neopreno. Mientras lo hace no puedo evitar imaginármelo con ese traje en situaciones calientes. Está muy sexy con él. Le marca todo y cuando digo todo, es todo.
—Disfruta del espectáculo —dice cogiendo la tabla—. Soy un experto, no te preocupes —me tranquiliza al ver mi cara de preocupación ante las olas tan grandes que se están formando en el agua.
Me dedica una gran sonrisa antes de darse la vuelta.
—Paul. —Me acerco a él—. Ten cuidado. —Me pongo de puntillas y le doy un beso casto en los labios.
Sonríe por mi impulso, acaricia mi mejilla y se marcha para adentrarse en el agua. Yo intento relajarme. Me siento en la toalla para observarle detenidamente. Coloca su cuerpo encima de la tabla y nada con los brazos en contra de las olas, cuando llega una, de un solo movimiento, se pone de pie y comienza a surfear. Abro la boca asombrada por sus movimientos de cadera y pies. Junto a él están los otros chicos, parece que van a chocarse unos con otros pero controlan bien las distancias y eso no ocurre.
Es la primera vez que veo surfear a alguien en directo. ¿Cómo lograrán mantener el equilibrio? Con lo patosa que soy yo, no duraría ni dos segundos. De hecho, creo que ni conseguiría ponerme de pie sobre la tabla. Durante unos minutos lo veo surcar las olas, subir y bajar de su tabla con agilidad y puedo distinguir su cara, pasa de la concentración a la felicidad en segundos. En algunos momentos, me saluda y yo le correspondo agitando la mano. Sí, definitivamente es como un niño.
Me estoy divirtiendo mucho al verlo caer de la tabla pero, de pronto, algo ocurre. Una gran ola se acerca peligrosamente. Mi corazón comienza a acelerarse. Paul se dirige hacia ella y comienza a surfear pero se descontrola y pierde el equilibrio. Me pongo de pie. No lo veo. Su tabla ha salido a la superficie pero él no. ¡No! ¡¿Dónde está?! Me acerco rápidamente hasta la orilla. Se ha levantado mucho oleaje y a los demás surfistas también les está costando salir. La tabla de Paul llega hasta mis pies.
—¡¿Dónde estás?! —digo con impotencia.
Lo busco nerviosa con la mirada. Entonces, mi corazón da un vuelco al ver su cabeza entre las olas. ¡Uf! Nada hacia mí y sale del agua sonriendo. ¿Será…?
—¡Uf! ¡Menudo revolcón que me ha dado! —exclama con una carcajada cuando llega hasta mi altura.
—¡No vuelvas a asustarme de esa manera! —le grito al tiempo que le doy un empujón en el pecho.
—¡Eh! ¿pero qué te ocurre? ¡Solo ha sido un revolcón! —me dice perplejo ante mi actitud.
—¡Me has asustado! Pensé que… —no puedo terminar la frase.
Lo miro con angustia. No puedo contenerme. Me acerco y entierro mi cabeza en su pecho mojado. Le rodeo con mis brazos y lo aprieto contra mí con fuerza. Paul tarda un poco en responder a mi abrazo pero finalmente lo hace. Me besa la cabeza y pasea sus manos por toda mi espalda para tranquilizarme.
—Tranquila —su voz retumba en su pecho.
Nos quedamos un tiempo así. Él acariciándome la espalda y besándome la cabeza. Yo sollozando en su pecho. ¿Por qué me he puesto así? Apenas lo conozco y he temido por su vida. Me tiene totalmente desconcertada el inglés.
—Marina. —Me separa un poco para mirarme a los ojos—. No llores por favor. —Me enjuga las lágrimas que caen por mis mejillas sin pausa—. ¿Qué te ha ocurrido para que tengas ese miedo al riesgo? —pregunta escrutándome con sus ojos azules.
—Nada —me muerdo el labio y miento—. Es solo que me he asustado al no verte salir del agua, nada más.

Me mira pero no dice nada. Me parece que no me ha creído. Normal, nunca he sabido mentir […]».


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