Buenos días mis protegidas,
Una nueva semana comienza y yo os dejo con un trocito de Mírame, el juego de Marina. ¿Aún no la tenéis? Si con el trocito que os doy, los tres primeros capítulos y el booktrailer no soy capaz de convenceros para que la compréis... Os enlazo a la maravillosa reseña que me hicieron Maca y Yas del blog Bookceando entre letras.
Ahora sí, os dejo con el spoiler:
«[…]
Bajamos del barco y nos adentramos por uno de los caminos indicados para
turistas. No podemos salir de sus límites, está todo protegido y me alegro de
que sea así. Sería una pena que edificaran aquí. Rodeamos la isla admirando el
paisaje lleno de dunas y vegetación.
—Espera
—dice al cabo de diez minutos de caminata—. No quiero que te quemes. —Sonríe y
me enseña un bote de protección solar que ha sacado de la mochila.
Abre
el bote y echa un poco de crema en sus dedos. Se acerca a mí, seductor y
comienza a untarme las mejillas y la nariz con ella. Continúa por mis brazos,
se agacha y me pone también por las piernas. Siento cómo me masajea con sus
grandes manos y las imagino tocándome por otras partes de mi cuerpo. Abro los
ojos de repente porque creo que he emitido un gemido. Paul me observa
divertido. Menea la cabeza y seguimos con nuestro camino.
De
pronto, siento la necesidad de agarrarme de la mano a Paul. Me gusta su
compañía. Me va explicando cosas técnicas del surf para que vaya entendiendo lo
que va a hacer en el agua. Aprovecho un momento que se cambia la tabla de brazo
para acercarme y agarrar su mano libre. Él me mira de reojo sorprendido pero
enseguida sonríe y entrelaza sus dedos con los míos.
Al
cabo de casi una hora de camino y, al subir una pendiente, nos encontramos con
el volcán de la isla. La Caldera se
alza majestuosa ante nosotros. A las faldas de esta, hay varios chicos
preparados con sus tablas de surf para meterse en el agua. Paul me aprieta la
mano entusiasmado, se ha levantado bastante viento y, al parecer, va a ser una
buena tarde de olas. Llegamos hasta la orilla y mi acompañante saca de la
mochila una toalla para ponerla en el suelo, a continuación, se desviste y se
coloca un traje de neopreno. Mientras lo hace no puedo evitar imaginármelo con
ese traje en situaciones calientes. Está muy sexy con él. Le marca todo y
cuando digo todo, es todo.
—Disfruta
del espectáculo —dice cogiendo la tabla—. Soy un experto, no te preocupes —me
tranquiliza al ver mi cara de preocupación ante las olas tan grandes que se
están formando en el agua.
Me
dedica una gran sonrisa antes de darse la vuelta.
—Paul.
—Me acerco a él—. Ten cuidado. —Me pongo de puntillas y le doy un beso casto en
los labios.
Sonríe
por mi impulso, acaricia mi mejilla y se marcha para adentrarse en el agua. Yo
intento relajarme. Me siento en la toalla para observarle detenidamente. Coloca
su cuerpo encima de la tabla y nada con los brazos en contra de las olas,
cuando llega una, de un solo movimiento, se pone de pie y comienza a surfear.
Abro la boca asombrada por sus movimientos de cadera y pies. Junto a él están
los otros chicos, parece que van a chocarse unos con otros pero controlan bien
las distancias y eso no ocurre.
Es
la primera vez que veo surfear a alguien en directo. ¿Cómo lograrán mantener el
equilibrio? Con lo patosa que soy yo, no duraría ni dos segundos. De hecho,
creo que ni conseguiría ponerme de pie sobre la tabla. Durante unos minutos lo
veo surcar las olas, subir y bajar de su tabla con agilidad y puedo distinguir
su cara, pasa de la concentración a la felicidad en segundos. En algunos
momentos, me saluda y yo le correspondo agitando la mano. Sí, definitivamente
es como un niño.
Me
estoy divirtiendo mucho al verlo caer de la tabla pero, de pronto, algo ocurre.
Una gran ola se acerca peligrosamente. Mi corazón comienza a acelerarse. Paul
se dirige hacia ella y comienza a surfear pero se descontrola y pierde el
equilibrio. Me pongo de pie. No lo veo. Su tabla ha salido a la superficie pero
él no. ¡No! ¡¿Dónde está?! Me acerco
rápidamente hasta la orilla. Se ha levantado mucho oleaje y a los demás
surfistas también les está costando salir. La tabla de Paul llega hasta mis
pies.
—¡¿Dónde
estás?! —digo con impotencia.
Lo
busco nerviosa con la mirada. Entonces, mi corazón da un vuelco al ver su
cabeza entre las olas. ¡Uf! Nada
hacia mí y sale del agua sonriendo. ¿Será…?
—¡Uf!
¡Menudo revolcón que me ha dado! —exclama con una carcajada cuando llega hasta
mi altura.
—¡No
vuelvas a asustarme de esa manera! —le grito al tiempo que le doy un empujón en
el pecho.
—¡Eh!
¿pero qué te ocurre? ¡Solo ha sido un revolcón! —me dice perplejo ante mi
actitud.
—¡Me
has asustado! Pensé que… —no puedo terminar la frase.
Lo
miro con angustia. No puedo contenerme. Me acerco y entierro mi cabeza en su
pecho mojado. Le rodeo con mis brazos y lo aprieto contra mí con fuerza. Paul
tarda un poco en responder a mi abrazo pero finalmente lo hace. Me besa la
cabeza y pasea sus manos por toda mi espalda para tranquilizarme.
—Tranquila
—su voz retumba en su pecho.
Nos
quedamos un tiempo así. Él acariciándome la espalda y besándome la cabeza. Yo
sollozando en su pecho. ¿Por qué me he puesto así? Apenas lo conozco y he
temido por su vida. Me tiene totalmente desconcertada el inglés.
—Marina.
—Me separa un poco para mirarme a los ojos—. No llores por favor. —Me enjuga
las lágrimas que caen por mis mejillas sin pausa—. ¿Qué te ha ocurrido para que
tengas ese miedo al riesgo? —pregunta escrutándome con sus ojos azules.
—Nada
—me muerdo el labio y miento—. Es solo que me he asustado al no verte salir del
agua, nada más.
Me
mira pero no dice nada. Me parece que no me ha creído. Normal, nunca he sabido
mentir […]».
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